La vida aquí es complicada a no ser que tengas a alguien que te lleve de la manita. Quizá es que no soy muy aventurero, o ya soy viejo, o las dos cosas, pero en cuatro meses aún no soy capaz de hablar mínimamente.
Por suerte, en las tiendas de 24 horas, o
konbini no tienes ni que hablar. Coges lo que quieres, pagas y adiós. En la escuela donde aprendo japonés al menos hablan inglés, y en los restaurantes de ramen no tienes que pedir nada... suele haber una máquina expendedora a la entrada con fotos la mayoría de las veces. Pagas, entregas el recibo y listo. Lo mismo pasa con los restaurantes de sushi. Salvo que vayas a uno de alto standing, los platos circulan frente a la barra en una cinta transportadora. Coges el que quieras y te lo zampas. Cuando acabas, cuentan los platos, cuyo precio está codificado por el color o la decoración, y te cobran. No importa si no entiendes lo que te dicen, porque la caja registradora siempre muestra numeritos.
Es curioso ver cómo te cuentan el dinero y el cambio frente a tí para que no haya confusiones. Desde luego me parece una sociedad mucho más educada y respetuosa.